El lado oculto de la lluvia: identifican químico permanente que causa inquietud ecológica

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La lluvia, considerada generalmente como un fenómeno natural crucial para la vida en la Tierra, encierra un aspecto inquietante que ha comenzado a atraer el interés de la comunidad científica. Estudios recientes muestran que cada gota podría contener ácido trifluoroacético (TFA), un compuesto perteneciente al grupo de los «químicos eternos». Esta sustancia, que persiste significativamente en el entorno, se está acumulando en diversos cuerpos de agua y alimentos, planteando preguntas sobre sus efectos a largo plazo en la salud humana y en los ecosistemas.

Un compuesto que persiste en el medioambiente

El TFA es una sustancia que no se degrada fácilmente. Su estructura molecular está conformada por enlaces químicos especialmente resistentes que le otorgan una permanencia inusual en la naturaleza. Esta característica lo convierte en un contaminante de difícil eliminación, razón por la cual se lo incluye dentro del grupo de los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas), ampliamente cuestionadas por su capacidad para permanecer en el ambiente por décadas.

Este compuesto ha sido hallado no solo en la lluvia, sino también en ríos, lagos, suelos agrícolas, alimentos, agua potable, productos industriales, e incluso en fluidos corporales humanos como la sangre y la orina. Su alcance es global y está en constante expansión, producto principalmente de la degradación de gases utilizados en sistemas de refrigeración y calefacción, así como de ciertos plaguicidas y productos farmacéuticos.

Una concentración en aumento

Durante las últimas décadas, la concentración de TFA en el medio ambiente ha crecido de manera sostenida. En zonas agrícolas y cuerpos de agua subterránea de varios países, los niveles detectados se han multiplicado por cinco o incluso por diez. Este incremento ha despertado inquietud entre los especialistas, quienes advierten que, si no se toman medidas preventivas, la exposición podría alcanzar niveles preocupantes en el futuro cercano.

Una de las particularidades del TFA es su capacidad de viajar largas distancias. Una vez liberado al aire, se transporta por la atmósfera y puede depositarse en lugares remotos a través de la lluvia. Esta cualidad lo convierte en una amenaza ambiental de alcance global, independientemente del lugar donde se origina su emisión.

Discusión científica y aumento de la preocupación

La comunidad científica se encuentra dividida respecto a la peligrosidad del TFA. Mientras algunos investigadores sostienen que su toxicidad es baja y que el cuerpo humano lo elimina con rapidez, otros destacan su persistencia y movilidad como factores que justifican medidas de precaución. Aunque no se han demostrado efectos tóxicos severos con las concentraciones habitualmente detectadas fuera de los laboratorios, estudios en animales han evidenciado alteraciones en órganos como el hígado y los riñones cuando se exponen a dosis elevadas del compuesto.

En el campo del medio ambiente, se ha notado que ciertas plantas absorben el TFA y, a niveles muy elevados, su desarrollo puede verse comprometido. En organismos acuáticos, también se han reportado alteraciones en órganos y en procesos de crecimiento, lo que podría impactar la cadena alimentaria.

Normativas y medidas requeridas

Ante este escenario, expertos en contaminantes ambientales proponen un enfoque preventivo. La prioridad, señalan, debe ser la reducción en la producción y uso de los compuestos que generan TFA al descomponerse. Esto implica revisar la utilización de gases industriales, plaguicidas y productos farmacéuticos que actualmente lo liberan de forma masiva.

A nivel tecnológico, deshacerse del TFA que ya está presente en el entorno supone un reto significativo. Varias opciones en desarrollo consisten en sistemas de filtrado avanzado y técnicas químicas de conversión, aunque su uso está restringido por los altos costos y la falta de escalabilidad. Por ello, la estrategia más eficaz es detener su producción desde la fuente.

En algunas regiones, ya se han implementado políticas para controlar su presencia en el agua potable y se exige a los fabricantes evaluar la existencia de alternativas más seguras antes de utilizar sustancias que puedan generar TFA. Sin embargo, la falta de consenso sobre sus riesgos y la presión de sectores industriales que dependen de estos compuestos dificultan la aplicación de regulaciones más estrictas.

Un desafío ambiental del presente con impacto futuro

El ejemplo del ácido trifluoroacético demuestra un fenómeno cada vez más común: la permanencia de contaminantes invisibles en nuestro entorno diario. Aunque no causa efectos tóxicos de forma directa, su acumulación silenciosa nos lleva a pensar en implementar medidas de prevención y control más estrictas. La ciencia progresa en la recopilación de información y en la evaluación de posibles riesgos, pero mientras tanto, es esencial actuar responsablemente para resguardar la salud humana y la integridad de los ecosistemas. El cielo, al parecer, ya no solo nos ofrece lluvia.

Por: Pedro Alfonso Quintero J.

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